El símbolo
del Grial ha ocupado un lugar en la imaginación humana desde que comenzó a
difundirse por Europa en el medievo, y continúa ejerciendo una fascinación
sobre todos aquellos que entran en su esfera de influencia.
Sin embargo,
no existe una imagen concreta y definida del Grial, y ni siquiera está probada
su existencia; se han pronunciado toda clase de opiniones acerca del origen de
los relatos que vienen circulando en forma escrita desde principios del siglo
XII, habiéndose discutido acerca de su verdadera forma: una copa, un plato, una
piedra o una joya.
No obstante,
todos se muestran de acuerdo en que se trata de algo profundo y misterioso,
algo a cuya búsqueda quizá merezca dedicar la vida entera, aun sabiendo que
dicha búsqueda pueda resultar infructuosa.
Podemos
encontrar estos elementos básicos de la historia bajo formas muy diversas, en
mitologías de todo el mundo, y no sólo cristianas, pues aunque el Grial quedó
fuertemente enraizado en la imaginación occidental como símbolo de la doctrina
de Cristo, se puede demostrar que gran parte de la imaginería tiene su origen
en culturas orientales.
Pero antes
de empezar a deshilar la trama del símbolo conviene repasar el relato, tal como
nos ha llegado a través de los textos medievales. En ellos está contenido casi
todo lo que sabemos del la historia «exterior» del Grial, y en ellos se ha
basado la siguiente reconstrucción de la narración
La historia
comienza con José de Arimatea, rico hebreo que se hizo cargo del cuerpo de
Cristo para enterrarlo y que, según se creía, se quedó también en posesión del
cáliz utilizado por Jesús en la Última Cena.
Mientras
está lavando el cuerpo, preparándolo para la sepultura, José recoge en el cáliz
la sangre que se vierte de las heridas. Tras la desaparición del cuerpo, se
acusa a José de haberlo robado y se le encierra en prisión sin alimento alguno.
Allí se le aparece Cristo, quien, bañado en una luz resplandeciente, le confía
el cáliz, lo instruye en los misterios de la Misa -y, según se dice, en otros
secretos- y desaparece.
Milagrosamente,
José se mantiene con vida gracias a una paloma que penetra en su celda cada día
y deposita una hostia en el cáliz. Queda en libertad el año 70 y marcha al
exilio junto a un pequeño grupo de seguidores, entre los que figuran su hermana
y el marido de esta, Bron.
Construyen
una mesa, llamada la Primera Mesa del Grial, que representa la mesa de la
Última Cena y a la que se sientan doce personas; el puesto de Cristo es ocupado
por un pez.
Imagen de la última cena de Jesús con los apóstoles, donde se puede apreciar en la mesa el Santo Grial.
Imagen de la última cena de Jesús con los apóstoles, donde se puede apreciar en la mesa el Santo Grial.
Un
decimotercer asiento, que representa el puesto de Judas, permanece vacío a
partir del momento en que un miembro de la orden procurase instalarse en él, habiendo
sido «devorado» por él mismo; posteriormente, a este asiento se lo denominará
Sitio Peligroso.
Según
algunas versiones, José se embarca hacia Gran Bretaña, donde funda la primera
iglesia cristiana en Glastonbur y, dedicándosela a la madre del Salvador. El
Grial queda en esta iglesia, donde es empleado como cáliz en la misa (en la que
participa toda la comunidad) que luego se conocerá como Misa del Grial.
Hemos
llegado ya a los tiempos de Arturo, y todo está dispuesto para iniciar la
búsqueda. Merlín el mago ha fundado la Mesa Redonda o Tercera Mesa , en torno a la cual se reúne una cofradía de
caballeros encabezada por Arturo y regida por la reglas de la caballería. El
día de Pentecostés se les aparece el Grial, flotando en un rayo de luz y
cubierto por un velo, y los caballeros se comprometen a salir en su busca.
Aquí
comienzan las aventuras de iniciación en las que participan casi todos los
caballeros, y en especial Lanzarote, Gawain y Bors, aunque el mayor
protagonismo recae en otros dos: Perceval (Percival o Parsifal), apodado el
Tonto Perfecto a causa de su inocencia; y Galahad, hijo de Lanzarote, quien se
distingue de los demás desde un principio por sentarse en el Sitio Peligroso
sin sufrir daño alguno..
De los
muchos que parten de la corte de Camelot, sólo tres consiguen encontrar el
Grial y participar, en diversas medidas, en sus misterios: Galahad, el
caballero virgen e impecable; Perceval, el tonto santo, y Bors, el hombre
humilde y «corriente», que es el único de los tres que regresa a Camelot con
noticias de la búsqueda.
Perceval,
después de sufrir un primer fracaso y vagar solitario durante cinco años,
encuentra de nuevo el camino hacia el castillo del Rey Herido (que en algunas
versiones es su tío, además de Rey Pescador y guardián de la ruta a la Tierra
Desolada) y consigue curarlo al plantearle una pregunta ritual -por lo general,
«¿A quién sirve el Cáliz?»-.
(La
respuesta, que nunca se revela explícitamente, es «al Rey mismo», quien
permanece vivo más allá de su vida normal, aunque atormentado por la herida.)
Una vez curado, se le permite al Rey morir, y las aguas vuelven a fluir por la
Tierra Desolada, haciéndola florecer. Galahad, Perceval y Bors continúan su
viaje y llegan a Sarras (quizá una corrupción de Muntsalvach), la Ciudad
Celestial de Oriente, donde se celebran los misterios del Grial y donde los
tres caballeros participan en una misa en la que una vez más el Grial sirve de
cáliz.
Cristo se
manifiesta, primero como celebrante, luego como un niño resplandeciente y, por
último, en la Hostia, como un crucificado. A continuación, Galahad muere en
olor de santidad y el Grial asciende a los cielos; Perceval vuelve al castillo
del rey Pescador para ocupar su puesto, y Bors regresa sólo a Camelot.
Su origen,
historia, evolución y desaparición final están descritos con todo detalle, y
aunque existen contradicciones en cuanto a la forma del vaso, no las hay en la
historia de su permanencia en este mundo. Esto constituye una importante pista
de la naturaleza del Grial como símbolo, así como del modo en que lo entendían
quienes hablaron de su existencia.
No obstante,
la Iglesia oficial no hizo jamás referencia alguna a un objeto tan importante y
conocido, ni para confirmar, ni para negar su existencia. En una época tan
aficionada a la búsqueda de reliquias, esto no deja de resultar sorprendente.
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